Opinión: El Efecto Casual de las Palabras

Indio; pobre; negro; retrasado; puta; pervertido; joto. Mujer, ponte a cocinar y a lavar. Sólo eres buena para tener hijos. No seas gay, güey. Qué puto eres. No seas afeminado. ¿Eres hombre o mujer? ¿Quién es el hombre y quién la mujer en la relación?

¿Lo sienten: la pesadez de las palabras? ¿las han sufrido; llorado? ¿acaso cargan sobre sus hombros el efecto acumulativo de la discriminación?

Las palabras, los argumentos y las ideas pueden ser agresivas. Cuando explícitas, son fáciles de reconocer, pues el sentimiento —la reacción— que provocan es inmediata. Pero, ¿qué pasa cuando no sabemos lo que decimos; cuando las palabras son tan comunes, y nosotros tan expuestos a su contexto? Las palabras, sepámoslo bien, duelen, lastiman, matan.

Me sigo preguntando cómo hacer mi realidad, y a aquellos que me rodean, más congruentes. ¿Acaso vivimos en una cultura de invisibilidad automática? El análisis del problema, y su posible solución, es una mezcla de diferentes factores y puntos de vista; es importante conocer que el movimiento LGBTQ no está unificado. Sin embargo, lejos de ser un problema, es una ventaja, porque no estamos forzados a tener una sola postura. Ser parte del movimiento no es una lista de reglas, sino conversación constante. Lo que pasa es que no sabemos, ni entendemos, las ramificaciones de las palabras —acciones— y comentarios diarios fuera de lugar.

Todos pueden ser un aliado, incluso campeones de la comunidad LGBTQ, pero ¿cómo se supone que debemos ser parte de una sociedad cuando nuestro sexualidad es ridiculizada a diario? Cuando la gente no se da cuenta que la jerga de todos los días, incluso si no lo creen, es despectiva. ¿Por qué tendría yo que reírme de bromas y comentarios listillos? Supongo, que mientras nada cambie ni afecte la vida de aquellos que difunden y elogian la heteronormatividad —estilo de vida heterosexual— está bien que los gays, las lesbianas, y transgénero hagan lo que quieran con la suya. Al final no somos más que fantasmas y bufones con un respeto fabricado.

Entonces, ¿cómo llegamos a un entendimiento real, a pesar de factores ambientales —generacionales? ¿Cómo podemos nosotros, como una minoría, compartir y atacar una meta en común, incluso con otros grupos sociales en desventaja? ¿Cómo los educamos a ellos, y a nosotros? Porque en México, como en muchos otros lugares, es temporada de caza. Nadie está exento; nadie está a salvo.

Mucha gente no entiende la homofobia —discriminación o racismo— casual. Aquellos comentarios son desestimados como niñerías, bromas, o incluso bienintencionados. No entienden que el efecto de estos comentarios es como veneno: se comen la esencia de nuestro ser. Que su conducta envuelve estereotipos negativos o prejuicios basados en la raza, color, etnia, género, u orientación sexual de la gente. Ahora, ¿es realmente homofobia casual si no hay intención? Uno de los obstáculos más comunes cuando se intenta tener una conversación acerca de la homofobia es la tendencia a restarle importancia a las cosas diciendo que no son verdaderas. Entendamos que no tenemos que ser parte de un grupo anti-LGBTQ o incitar a la violencia contra los gays, lesbianas, y transgénero para decir o hacer algo con implicaciones homófobas. La discriminación es tanto de impacto como de intención.

He escuchado a muchos padres de familia mencionar que el lamento más grande que tienen es no haber estado con sus hijas e hijos cuando eran acosados en la escuela o no sabían a quién acudir en busca de ayuda. Cuando eran víctimas de un sistema que no está preparado para apoyarlos; un sistema analfabeta que propaga la homofobia casual. Una práctica que en muchos casos desafortunadamente empieza en casa. Y no les voy a mentir: muchos de sus hijos han estado solos. Sin nadie que les defienda, o los aliente a salir adelante con la autoestima lo más intacta posible. Sin odiar quienes son; sin tirarse al vicio; sin pensar en el suicidio. Pocos son los que transforman la adversidad en un escudo que los hace más fuertes. La mayoría es aplastada.

En algún momento del camino, nos rendimos.

En algún momento del camino, dejamos de reportar.

En algún momento del camino, morimos un poco.

El día a día se vive con miedo, y con la desesperanza de que la mañana siguiente traerá la misma presión social sin fundamentos; retrograda hasta sus cimientos. Con el mismo abuso de un mundo que dice por decir, o se excuse diciendo que dice sin pensar.

Comencemos a dejar la violencia a un lado. Y aprendamos que si queremos ser congruentes con nuestros ideales de respeto, tolerancia, justicia, e igualdad, debemos comprender, crear, y proporcionar munición de construcción masiva. Un proyecto de culturización que debe empezar por nosotros mismos. Que debe transmitirse a nuestro ambiente para que su efecto sea tanto inmediato como futuro.

¿Estamos dispuestos a darnos cuenta de nuestras faltas, y cambiar? Todo comienza con una palabra.

*En este comentario se utilizan las siglas en inglés LGBTQ.

Texto por J. Alberto Lizárraga Castro

 
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