Mi Perro, Meursault [featured in Revista Ataraxia]
La vida de Meursault, el perro, es un ciclo interminable de eventos conocidos que —aparentemente— convergen entre lo asombroso y lo divertido. Este supuesto nace del método de observación científica, con el que describimos y explicamos comportamientos, con la obtención de datos fiables correspondientes a conductas, eventos, y/o situaciones, insertadas en contextos teóricos.
Es así que comienza su historia.
Meursault no es como otros perros que he visto —nunca observado— en mi vida. Su curiosidad natural sobrepasa lo común, y a la luz de algunos, llega a lo extraordinario. La primera señal fue fortuita. Era un día lluvioso en el departamento que comparto con Meursault. Me encontraba tomando una taza de café con un amigo. Nuestra charla, aunque cándida al inicio, fue disminuyendo su intensidad de forma gradual y precisa, como cualquier otra conversación. Al final uno puede resumir meses e incluso años de vida en pocas líneas. Un silencio familiar, pero aun así no menos perturbador, se apoderó de la habitación. Sorbos sincronizados y vistazos a las paredes fueron refugio para ambos. Poco después, mi amigo se fijó en Meursault, quién estaba frente a la ventana del balcón viendo las gotas de lluvia resbalar por el vidrio. No era la primera ocasión en que Meursault veía llover, pero había algo diferente. Ahora seguía el paso de las gotas de un lado a otro; las veía hacerse un solo cuerpo de agua con el charco del piso e intentaba lamerlas. Así continuó hasta que treinta minutos después cesó de llover. La capacidad de asombro de Meursault dejó una incógnita en mi cabeza, la cual decidí no tomar con seriedad si esta no continuaba manifestándose. Meursault, por otro lado, se empeñó en lo contrario.
Existe un parque en la ciudad el cual es famoso por la cantidad de perros que pasean por sus senderos. Una mezcolanza de personas y caninos, que de ninguna otra manera serían vistos en el mismo lugar, conviven en armonía en ese espacio tierra de nadie. Los perros, suficientemente entrenados, pasean sin correa con sus respectivos dueños a pocos metros. El grado de interacción entre los perros varía. La mayoría de las ocasiones sólo es el clásico “hola y adiós”, olisqueando traseros. Pero existen, también, aquellos momentos donde inesperada e inexplicablemente se forman alianzas, sin importar raza, y corren maniacos de un lado a otro: Juegan. De cualquier manera, el resultado para mí y para un gran número de dueños es el mismo: después de un rato agradable con tu mascota, e incluso la pequeña charla con algún conocido del parque, el aburrimiento llega barriéndolo todo. Meursault y los otros, continuaron sus actividades sin prestar atención al humor de sus compañeros humanos.
La mañana siguiente, mientras descansábamos en el departamento, Meursault cogió una pelota chirriante que cambia de color al apretarse. Comenzó a morderla y el color morado cambió a azul, y viceversa, por los siguientes quince minutos, hasta que tomé el juguete de su hocico y lo aventé por la ventana del balcón. Meursault sólo pudo alzar sus orejas sorprendido, marchándose de la sala. En ese momento me extrañó mi propia acción. Había sido causa de rabia contenida, pero ¿hacia quién? Pensé en Meursault, pero inmediatamente me sentí avergonzado. ¿Cómo podría yo estar celoso de un perro? Entonces pensé en los últimos dos días en que había observado su comportamiento. Sí, era sorprendente la manera en que todo le parecía maravilloso, pero debía haber otro denominador común, y de pronto una idea se presentó como una ráfaga. El problema era yo, no Meursault.
Nosotros los humanos, como especie dominante del reino animal, tenemos capacidades únicas. Estas capacidades no son ventajas absolutas, pues sólo nosotros cargamos con uno de los pesares —aunque menospreciado— más grandes conocidos por nuestra raza: el aburrimiento. Los animales pueden conocer la falta de estimulación, pero no el aburrimiento. Podemos compartir con todas las formas de vida apatía periódica, pero la apatía y el aburrimiento son diferentes. El aburrimiento es más alto en la escala de aflicciones. Sin embargo, existe una manera vil en que podemos evadir el aburrimiento: el idiotismo. El idiota puede conocer la apatía, pero nunca el aburrimiento. Y es en su humanidad, que el aburrimiento al mismo tiempo es completamente inhumano, pues roba a la vida humana de sentido, o es una posible expresión que tal sentido está ausente. Entonces vinieron a mí sus palabras, las de aquel hombre, setenta y dos hombres, que siempre admiraré. Aquél que estaba frente a mí en los anaqueles regalándome su infinita erudición. Tomé a Fernando Pessoa entre mis manos y recordé sus ideas, y me vi en su Tabaquería. La vida se me había dirigido a través de Meursault. ¿Qué puede ser más existencialmente aterrador que el aburrimiento? Pero nosotros, los humanos, no solíamos ser así. El pasado era distinto, y aunque no me considero un romántico, el aburrimiento es un fenómeno de la modernidad.
Fernando Pessoa escribió en Libro del Desasosiego:
Algunas sensaciones son sueños profundos que llenan nuestra mente como niebla y previenen que pensemos, actuemos, simplemente seamos.
Hay personas que son consumidas por el aburrimiento. Es como polvo. Vamos por la vida sin verlo, lo respiramos, lo comemos, lo bebemos. Pero si paramos por un minuto, es como un cobertor sobre la cara y las manos. Podemos estar aburridos sin saberlo. Así cómo es posible estar aburridos sin conocer la causa. El aburrimiento no tiene forma, sólo es. Es como la melancolía, donde no se sabe precisamente lo que se ha perdido.
Mi aburrimiento debía tener una explicación. Y por su complejidad, debía tener diferentes puntos de inicio. El aburrimiento no puede ser sólo un estado cerebral, debía ser también un estado del mundo en el que vivimos con sus prácticas sociales. Ahora matamos tiempo y nos matamos de aburrimiento. Lo nuevo, lo moderno, y lo violento llenan nuestras vidas para eliminar la monotonía. El aburrimiento tiene consecuencias graves para la sociedad, no sólo para el individuo, pues uno complementa al otro, y sus consecuencias pueden variar desde un pequeño descontento hasta una seria perdida de sentido. Usualmente nace cuando no podemos hacer algo que deseamos, o tenemos que hacer algo que no deseamos. ¿Pero qué pasa cuando no tenemos idea de lo que queremos hacer? Entonces nos encontramos en un aburrimiento que recuerda a una gran falta de voluntad. Fernando Pessoa describió esto como “Sufrir sin sufrir, desear sin deseo, pensar sin razón”. Pero en ese momento sólo quise ceder al peso de mis pensamientos, y dejé que su sopor me llevara a través del día.
Una lengua, dos horas más tarde, me despertó del sillón. Meursault estaba frente a mí con su cara apacible, y al recomponerme pensé en lo sencilla que puede ser su vida y la pesada, pero necesaria, carga de la reflexión. El aburrimiento parece ser trivial e incluso vulgar en comparación con la melancolía y la depresión. La melancolía tiene cierto encanto que nos conduce a la sabiduría, la sensibilidad, y la belleza. La depresión es seriedad interesante. El aburrimiento es un “privilegio” del hombre moderno. Su presencia en la vida de los seres humanos ha incrementado desde hace cuatrocientos años. En ese entonces, el aburrimiento era un estatus social; sólo aquellos con una propicia base material podían acceder al aburrimiento. ¿Qué significa que el aburrimiento esté a la alza? Posiblemente que nuestra sociedad y cultura tienen una gran falta de sentido. Han sido reemplazadas por la “civilización”. Si medir la escala de aburrimiento es cuantitativa y cualitativamente difícil, entonces podemos basar nuestras conclusiones de manera diferente. Llenamos nuestra vida con la industria del entretenimiento, y el consumo de estupefacientes no decrece. Nos hemos vuelto terriblemente eficientes para perder el tiempo.
El aburrimiento me caza en la vida diaria. ¡Qué no se ha inventado a causa del aburrimiento! Sentado a la mesa, rodeado de amigos, jugando. ¿Qué? No lo sé bien, creo que nadie lo sabe, pero hay que jugar. Me pregunto si alguna vez me he enamorado por aburrimiento. Sólo para poder sentir un poco de gozo y dolor. El aburrimiento es la excusa de cualquier acción y la absoluta incapacidad de acción. El aburrimiento es deseo, estimulación hacia lo interesante. Pero lo interesante es efímero. Y mientras me debato esto, todos aquellos que ignoran este fatídico destino existen como observadores pasivos y consumidores. Cada día menos en control activo del significado de sus vidas. El hombre común ha perdido la capacidad de explorar y descubrir. El mundo moderno nos presenta una realidad descodificada, y por lo tanto, superflua. ¿Qué hay del trabajo y el ocio? Ambos remueven síntomas temporales, más no la enfermedad. El aburrimiento no es una falta de actividad, sino de sentido.
Y vuelvo a las únicas páginas que le dan sentido a mi lucha. “El tedio no es la enfermedad de estar aburrido porque no hay nada que hacer, pero la más seria enfermedad de sentir que no hay nada que valga la pena hacer”. ¿Será que los seres humanos hemos perdido pasión por la vida diaria? Ahora —sólo en la desgracia— todos somos iguales. Nuestra apatía se ha convertido en una pasión.
El aburrimiento es circunstancial, como cuando espero a Meursault en el parque, tomo el metro, o escucho una lectura. Es monótono, como el morder una pelota día tras día, hasta el punto de volverse banal. Es existencial, donde el alma no descansa y el mundo es neutral. Y creativo, porque nos vemos obligados a hacer algo nuevo. Tener conciencia del propio vacío es un pre requisito para cruzar fronteras, pero, ¿cómo escapar de un mundo que es aburrido? En el aburrimiento el mundo es pobre e insustancial; el ego un espejo del mundo.
Me veo a mi mismo. Soy mi propio espectador. Mis sensaciones pasan, como cosas externas, antes de saber lo que es mío. Me aburro sin importar lo que haga. Todo, cubierto hasta las raíces en misterio, tiene el color de mi aburrimiento.
Ahora entiendo que el aburrimiento ha reducido mi vida a una existencia animal, sin los beneficios del idiota. En la inhumanidad del aburrimiento he encontrado perspectiva de mi propia humanidad. Todo es vacío, incluso la idea del vacío. Hay un agudo, invisible dolor, una tristeza que asemeja el sonido que hace, como lágrimas en un cuarto oscuro.
El sol desciende por la ventana del balcón. Empiezo a escuchar el sonido del ventilador, saliendo de un trance que aún puedo sentir en la nuca. Meursault se acerca y pone su cabeza sobre mi rodilla. Es como despertar con Any other name, pero prendo la radio y comienza a sonar Teenage Wildlife de David Bowie. La historia nunca fue de Meursault, era mía; creo que la vida me pide que abra los ojos.
Text by Alberto Lizárraga