La Metafísica del Tiempo [featured in Revista Ataraxia]  

El siguiente artículo narra la historia de Lara Angeriz en el Sur de México.
Si la historia es real o no, queda a consideración del lector.

El 01 de noviembre de 2014 Lara Angeriz llegó a la ciudad de Tulum, Quintana Roo, en transporte público o “van” como le llaman los locales, desde la ciudad de Cancún. Lara Angeriz, de nacionalidad española, y oriunda de Valencia, había salido de su ciudad natal con un boleto de avión con destino a México y ninguno de regreso. El motivo, decía ella, era la ontología de su presente, su pasado, y su futuro; en extensas conversaciones describía como su profesión y su vida personal habían convergido en tema, pero no en solución, lo cual hacía disentir a su mente y entrañas. ¿Acaso lo único que existía en el mundo era su presente; aquél sol que no se esconde en el horizonte del mar caribe?

Quizás su pasado con José era tan verdadero como la gaviota que ahora volaba de regreso a la orilla de la playa, pero nunca el futuro indeterminado. O era su vida un conjunto sin diferencias entre el ayer, el ahora y el mañana. Lara se sentía agobiada. Con la intención de exponer sus ideas, y la esperanza de que su propia explicación resonara en su cabeza haciéndola comprender el camino que debía tomar, cogió un cuadernillo y trazó una línea transversal en una hoja. Del lado izquierdo escribió una letra a y del lado derecho una letra b. En el apartado a escribió el presente, el pasado y el futuro verbal de su existencia. “Soy; fui; seré”. Pensó en plural, pero no se atrevió a escribirlo. Escribió también la idea de la continuidad natural del tiempo; aquella duración por la que ha transcurrido su vida. Del lado b describió el tiempo como sucesos; puntos en su vida que requieren de sucesión. “Antes que; después que”. El tiempo, Lara pensó, no tiene fluidez, ya que requiere de un marco de referencia. Se preguntó entonces qué sería de su vida si José no marcaba un cambio.

Esa noche, en un pequeño cuarto de madera sobre la arena, Lara Angeriz no pudo dormir. Escuchaba el sonido de las olas y veía el cielo estrellado, pero no podía conciliar el sueño. Pensar en la cama, aunque fuera un mal hábito, era su única salida. Entonces retomó su vida y la separó en tiempo abstracto y tiempo substancial. El tiempo abstracto es la forma en que el mundo concibe el tiempo. Es el tiempo que dividimos en nuestro calendario y con nuestras matemáticas; son horas, días, meses, años; es capitalismo. No es el tiempo como su contenido, sino el tiempo como medición. Es independiente. Por lo tanto es artificial porque su medición es arbitraria, no natural. Así como la noche ya no marca el final de la jornada laboral. El tiempo substancial es el que se relaciona con los sucesos del ambiente y de la vida propia. Es nuestra relación con el sol; la luz y la oscuridad; el cambio de las estaciones; valores simbólicos. Es el significado de nuestro acontecer. Aróstegui dijo “El hombre participa del tiempo de la naturaleza, pero hace también del tiempo una construcción propia”.

“El tiempo: sustantivo huérfano y unidad evasiva”, pensó Lara sopesando su dilema. ¿Acaso tenía que comprender el concepto tiempo, o el tiempo dentro su tiempo? Comprender el concepto tiempo le creaba una divergente. El tiempo en la imagen científica es pacífico. La ’t’ en las ecuaciones fundamentales de la física no diferencia entre pasado y futuro, ni su velocidad aumenta o disminuye, o elige qué tiempo es ahora. En contraste, la imagen manifiesta está llena de actividad. Los objetos se mueven, cambian de locación y propiedades, percepciones vivenciales son reemplazadas, y de manera inexorable nos resbalamos al futuro. Así existe una brecha entre el tiempo como lo encontramos en la ciencia y como lo encontramos en la experiencia. Lara Angeriz comenzó a hundirse en un profundo sueño con una última incógnita: ¿Qué significan todos los eventos —sucesos finitos— de su vida en su tiempo?

La incógnita filosófica, sociológica, y semántica del significado del tiempo la acompañó hasta el café de la mañana siguiente. Si bien no tenía por qué buscar la verdad universal del tiempo y su relación con el espacio, podría al menos utilizar algunas de sus teorías en la búsqueda de su verdad personal. Podría ser que todos los sucesos de su vida hasta ese punto presente no existieran. Sólo la silla sobre la que estaba sentada; la arena bajo sus pies; su respirar; existían en ese eterno momento del presente. España, su trabajo, y José habían dejado de existir. Podría ser que José, y su posible futuro con él fueran tan reales como las olas que veía. Podría ser que la existencia de esas etapas estuviera condicionada a la persistencia e identidad como seres monádicos. Podría ser que la condición fuera el cambio constante. Ahora todo recaía en su conciencia. Los espíritus de San Agustín, Newton, McTaggart, Bergson, Crosby, o Thompson no la ayudarían. Sólo Lara Angeriz podía encontrar una respuesta.

Una semana después, de vuelta en Valencia, Lara me contó su historia. Habló de su pasado en México, y su pasado más lejano en Valencia; habló de un presente resuelto. Pregunté sobre la resolución que había encontrado a su dilema, pero veló su respuesta en tiempo linear, circular, y simultáneo. Simplemente terminó diciendo “Dar tiempo al tiempo”. Probablemente, pensé yo, un tiempo con sentido.

Text by Alberto Lizárraga

 
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